domingo, 9 de noviembre de 2014

9 de noviembre- Inspiración

Estos días están siendo agotadores. Me voy a la cama tardísimo y me despierto sin fuerzas. Las horas en clase pasan volando y vuelvo a casa con ganas de olvidarme de todo y dormir, solo dormir.

Pero lo mismo se repite tarde tras tarde desde hace ya una semana. Cuando llego a casa tengo que abandonar mis ansias de hacerme una bola entre las sábanas calentitas. Cojo mis apuntes y me siento en la silla frente al escritorio durante horas. En ese tiempo me frustro, lloro, me motivo, me distraigo más de la cuenta y me obligo a seguir memorizando hojas sin sentido.

Cuando ya no puedo más, me levanto de la silla, voy a donde mi madre y me acurruco a su lado a ver un rato la película de las seis que tanto le gusta. Otras veces libero la mente cogiendo el móvil, pero son pocas, porque me conozco y se que podría dejar pasar las horas utilizando ese pequeño diablo. La mayoría de las veces no me ha hablado nadie cuando lo cojo, pero hay otras en las que hay un simple mensaje: Bu!

No sé como esas simples dos letras hacen que sonría después de una tarde de quebraderos de cabeza. Por unos minutos dejo los apuntes y le hablo. Porque, al principio, libera mi mente; y porque, más tarde, me da fuerzas para seguir adelante. Un simple Ánimo, tu puedes! o un amenazante y bromista Si suspendes te dejo. Son solo unos minutos porque tengo que seguir estudiando; pero cuando, después de desearle buenas noches y volver a encender la lampara para ver algo, mi mente está más clara, motivada y todo por una persona, una conversación.

Me concentro al máximo y gano a la presión que supone memorizar hojas enteras de teoría y cuando levanto la mirada ya es de noche. El cielo está ya oscuro, pero no es de noche. Son las siete. Esta vez cojo el móvil para dejarlo encendido un buen rato y veo que tengo un par de conversaciones una de ellas de apenas unos segundos. Una de ellas es amiga preguntándome qué tal voy. Le contesto que ya he terminado y paso a la otra ventana, donde pone un simple: Quedas? Estoy abajo.

Me enfundo unos vaqueros y unas botas y ni me preocupo por ese moño mal hecho que lleva atado desde ayer. Bajo las escaleras de dos en dos, lo veo, me lanzo a sus brazos y le digo: Gracias.